Cuando comemos algo delicioso que nos llena la boca de saliva, y nos da cosquillas de excitación creamos memorias inolvidables; y cuando comemos algo raro y nos gusta, aún más. La combinación del sabor y la textura de ese alimento, que no es típico en nuestra dieta, junto con la experiencia del momento causan una reacción psico-intelectual que no solo nos da una sensación de aventura y logro, sino también de un nuevo sabor aprendido, y de haber sobrepasado las barreras del miedo. ¡Qué rico!
No es que sea el foodie más aventurero del mundo, sin embargo he llegado a probar varios alimentos que no son normales en la dieta americana. Me gusta probar cosas que otras culturas consideran normal, y vivir cerca de mercados internacionales me da acceso a cosas que la mayoría del típico floridiano ignora. El problema está en que esas cosas a las que tengo acceso, no siempre han sido ricas, y algunas puedo decir que hasta me han dado un tipo de desorden post-traumático gastronómico, o Food PTSD.
Natto
Empezamos con el Natto, que es una comida japonesa hecha de frijoles de soja (soya), los cuales son fermentados con algo que se llama Bacillus subtilis natto. En uno de mis viajes a Japón a través de YouTube observé como una persona comía tal delicia (según él), y durante nuestra visita a distancia mi esposa y yo decidimos que una vez regresados a nuestra realidad iríamos al mercado asiático a comprar el tal natto.
El natto viene con un sobre que contiene una salsa viscosa y amarilla, con la que cubres los frijoles y los remueves para que todo quede bien mezclado. Aquí un post de mi Instagram para tu referencia.
Para ser honesto, algo me decía que la cosa no iba a ser tan cool, pero el espíritu aventurero tenía planes de probar a como dé lugar. Llegamos a nuestra casa luego de comprarlo y le hicimos frente. Nos sentíamos bravos sin haber probado la comida en cuestión; pero llegó el momento de la verdad.
¿Qué les puedo decir sobre la experiencia? Arrancas el sellado de plástico, abres el paquetito de la salsa y se la tiras por encima a los frijoles. Luego se mezcla todo bien con los chopsticks, y consumes solo o con arroz - al menos eso fue lo que vi durante mi viaje a Japón por YouTube - así que monkey see, monkey do.
La combinación del sabor y la textura hicieron que mi alma muriera un poco, o que me cogiera un poco de odio. El aftertaste se quedó un buen rato, recordándome el error que acababa de cometer; y el olor aunque no tan fuerte, creó en mí una sensación de desigualdad ante la vida. Y a la misma vez fue una sensación rara en lo que percibí como ni bueno ni malo. De todos modos, no más Natto en mi plato. Pero la cosa se intensifica!
Curry Japones
Ok, le tengo un respeto inmenso a quienes gustan de la comida extremadamente picante. Cuando era pequeño tenía un vecino que se tomaba el pique (salsa picante puertorriqueña) como si fuese agua; directito de la botella. Siempre vi eso como algo para lo que hay que tener cojones de verdad. Para ese entonces yo no disfrutaba de la comida spicy hot, pero también admiraba cómo mi papá se comía los ajíes picantes que sembraba en casa.
Adelantando unos años en el futuro y ya casado, mi esposa me indujo en el arte de comer spicy food. Hemos comido varias cosas picantes de diferentes países en nuestras visitas ya sea a mercados, y a restaurantes locales o en otros estados (recuerden que nuestros viajes internacionales son por YouTube). Ramen, tacos, indian curry, jerk chicken, y kimchi entre otras cosas.
Una vez compramos unas sopas instantáneas Coreanas que nos dejaron sufriendo un par de días, pero nada se acerca al curry japonés de Narooddle Noodles Shop (click aquí para ver su Instagram). Este quedaba localizado en Orlando (ya cerrado desafortunadamente), y era un restaurante con temática del famoso anime Naruto (Pretty cool place!).
Ya habíamos ido varias veces y habíamos probado muchas cosas deliciosas - como su Ishiraku Ramen, que salía con un caldo de miso y cerdo; scallions, fishcake, huevo hervido todavía líquido en el centro, y pork belly.
En una ocasión decidí aventurarme a lo que se veía como uno de esos platos de revista profesional; Curry or Life, era el nombre.
De este plato no tengo fotos en mi Instagram así que se los dibujo con palabras. I mean, se veía fantástico, con un curry de carne de res con papas, zanahorias, y cebollas bien picaditas, un color entre rojizo y marrón parecido al de una buena carne guisada. Venía acompañado de arroz blanco, una de mis comidas favoritas. ¿El sabor? No sé. Maybe hubo alguna confusión porque ordené que fuese medium spicy; pero al parecer el destino me deparaba otros planes.
Una vez mi boca se encontró con la cuchara, toda idea de lo delicioso que iba a ser se desvaneció dejándome en un estado de puro dolor oral. Fue tan fuerte que mis papilas gustativas murieron antes de apreciar el sabor. Holy shit! Por los próximos días el dolor corría desde mis labios hasta por donde se desecha la comida ya procesada; junto con sangre y sudor, dolor de barriga, y deseos de cagar en todo momento - para ayudar con el side effect de las hemorroides. Oh boy! Entonces está el issue de las galletas wafer de durian.
Galletas wafer de Durian
(Mi experiencia más traumática. En esta voy a construir un poco más de tensión).
Mi primera aventura con el durian no la viví yo personalmente sino a través de Anthony Bourdain. Todos estos años viendo sus programas, y leyendo sus libros en los que él hablaba tanto sobre esta fruta que de manera mágica - quizás a través de algún tipo de telepatía aventurera - le cogí el gusto a ese manjar. El tipo sabía cómo vender la idea de algo bueno, aunque mencionaba que eso no era algo de lo que todos gustaban; pero el mero hecho de que a el le gustara para mi bastaba.
El durian es una fruta del sureste de Asia que ha sido prohibida en muchos lugares por su fuerte olor desagradable, y de esas la cuales si no creciste en una cultura que la consume, no creo que sea tan fácil apreciarla.
Un tiempo después de Bourdain haber fallecido me encuentro en el mercado oriental y veo la fruta. Llena de espinas y mirándome a los ojos; llamandome. Una o dos semanas después fui directo a donde ella.
El durian nos supo como a mantecado de vainilla junto con cebolla dulce - un sabor particular pero amigable, nada fuerte; y la fruta en sí tiene una textura como a natilla o flan (custardy). En cuanto al olor, decidimos abrirla casi al aire libre por eso del supuesto olor peculiar, pero tal vez al estar todavía un poco congelada se amortiguaba el hedor y no nos pareció tan desagradable. Aquí les dejo un post de mi Instagram sobre ese día.
Meses después, de paso por otro de esos mercados asiáticos, noto en la góndola de los postres un paquete verde que contenía galletas wafer con un relleno de durian. ̈Holy shit, esto hay que comprarlo y comerlo pero ya!¨, me dije. Y luego de haberle enviado una foto a mi esposa esta se unió a la aventura. Así que agarré dos paquetes - no uno sino dos, porque ya yo sabía que me iba gustar - y me fui conduciendo a mi casa con las nalgas apretadas de la emoción. Pero llegó el momento de abrir el empaquetado; el cual decidimos abrir dentro de la casa… con las ventanas cerradas… y el aire acondicionado corriendo; not a good fucking idea.
Hay cosas de las cuales sabemos que nos van a joder la existencia pero por eso de la aventura de comer cosas de otros países, se termina ignorando a la intuición. Sin embargo, antes de llegar a la casa algo me decía que la cosa no iba a ir bien; y no es como que lo pensé, pero había algo en el aire… una duda, o una peste leve!
Al terminar de abrir el paquete, un olor como a muerte fermentada mezclada con el sufrimiento más profundo que pueda existir en el universo, se apoderó de la cocina sin darnos cuenta. Aún estábamos todos (mi hija incluida) embelesados y engatusados con la fantasía de aquella aventura.
Yo me imaginaba estar caminando por las calles estrechas de Vietnam, o de Nepal, comiendo esas galletas como los locales lo hacen. Y las caras de mi esposa y mi hija reflejaban estar en un tipo de viaje semejante al mío pero a su manera - sus ojos brillantes y llenos de esperanza; hasta que el olor nos hizo saber su presencia.
En la vida existen momentos en los que uno no quiere sentir más. No morir pero tampoco vivir; como darle skip a la situación. Esas ocasiones en las que un control remoto como el de la película Click haría mucho sentido. Pero la realidad es otra y así como se vive el placer y el gusto, también se vive el dolor y la miseria.
Todo acabó cuando di el primer bocado a aquella galleta. Salimos de la casa corriendo a sacar aquel paquete lleno de sufrimiento ya que tirarlas en el zafacón de la cocina no hubiese hecho diferencia - y a escupir el mal sabor; luego entré a abrir todas las ventanas para que el aire fluyera. Pero eso no fue todo.
Los efectos secundarios físicos de haber probado tal manjar del infierno duraron entre dos o tres días y una semana. El sabor y el olor en la boca, luego de dos o tres días, se escondieron un poco más abajo (en el estómago); y me visitaban de manera frecuente en forma de náuseas, mal sabor, y de hasta mareos con tan solo recordar la experiencia. El trauma emocional por otra parte ha durado un poco más. Ya van más de seis meses de eso, y el fantasma de los freaking wafers todavía se asoma para dejarme saber que aunque ya no los coma, siguen siendo parte de mi vida.
¿Y tu? Comenta abajo sobre algún PTSD Gastronómico que tengas y compartamos el trauma juntos.
Super cool!! Me alegraste la noche!